Dedico estas últimas greguerías, con afecto, al robot ruso que visita mi blog de cuando en cuando:
Somos personas cultivadas: deforestadas con fuego, roturadas, demarcadas, aradas, forzadas a dar frutos extraños... y atravesadas por la finísima nostalgia del bosque.
Las palabras simplifican las cosas. Decir algo nuevo es demorado, porque hay que esculpir cada palabra una a una, a partir de su silencio.
Excesos de vida como los ladridos, las flores y los saltos de los niños.
A partir de la coma, esta frase es mentira.
Reconozco que mis actuales proyectos literarios son poco rentables. Algo así como querer poner tren de alta velocidad entre dos ciudades abandonadas.
Vivir en la burbuja de una canción, en ese mundo flotante, álgido y perfecto, hasta que estalle, y entonces saltar como un acróbata al siguiente mundo-canción, con su particular clima, con su irrepetible vegetación emocional, e ir así huyendo en el último momento, con arriesgados saltos, a medida que los planetas se extinguen, y esperar que siempre quede uno más a nuestro alcance, pues lo contrarío supondría caer sin red, descender todo lo ascendido, y estrellarse en todo el silencio, donde, durante todo este tiempo, nos esperaban las pacientes fieras blancas, con todos sus dientes.
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La alcaldía está poniendo carteles en algunos mendigos especialmente cochambrosos advirtiendo que no son visión adecuada para menores de diez años.