Todo el que haya vivido un tiempo en Zaragoza sabe perfectamente que en esta ciudad existe una esquina lenta. Un lugar muy céntrico en el que la disposición de los edificios provoca una peculiar concentración del viento que casi impide caminar, que frena radicalmente los pasos del viandante, dando la impresión de que en ese pedazo de acera el tiempo se estira extraordinariamente, se roza la eternidad.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Para un taller de brevedades - 5



Lo primero es el silencio… Un silencio natural, de lluvia o de hojas, o un silencio de máquinas, ensordecedor incluso. Pero un silencio sin palabras de nadie. En un segundo momento, debemos intentar aniquilar el pensamiento, como proponen los monjes zen. Colocar un manto de nieve sobre todas las palabras que nos bullen en la cabeza, como para curarlas. Nieve, hasta que no se vea ninguna. Más nieve, hasta que dejen de agitarse todas las palabras, hasta que todas las palabras renuncien a revolotear y, lentamente, perezcan.

Por unos segundos, nuestra mente es un alto paraje nevado donde apenas sopla el viento. La idea es que este terreno nevado crezca y se haga inmenso; llegue lejísimos, y nosotros con él. Allí, a miles de kilómetros de todo, podremos por fin detenernos, y podremos, por fin, elegir nuestro próximo paso, en cualquier dirección. Nuestro próximo pensamiento, podrá ser libre, podrá ser nuestro. Será un pensamiento vivo, alejado del pensamiento de la especie, aberrante para la especie, o admirable. Sólo entonces, por fin, encontrará su sentido aquello que dijo Descartes: pienso, luego existo.

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